Claudio
Baneado
Ya hacía una semana que estaba Candino FdR en casa y con el único que había permitido establecer relaciones (véanse los capítulos anteriores) era con el otro buzo que aquí también vive. Se trata de un alemán corriente, no dotado de una especial belleza, pero que le gusta presumir, ante todo el que le quiera escuchar, de ser capaz de bucear a mucha más profundidad que los demás.
Había intentado por todos los medios que entablara amistad con el Coronel (Mosca 131 son su nombre y apellido) que residía en esta casa mucho antes de que los otros vinieran, pero no hubo manera. Decía de él mismo que, como pertenecía a la Armada, no podía ni debía rebajarse a tener relación con uno del Aire, por mucho Coronel que fuera. Total, que lo dejé por imposible y no traté con él más de este asunto. Pero, hete aquí, que esta noche he oído algo extraño en el piso de arriba, donde están los dormitorios. No sin algo de temor, decidí subir para ver qué sucedía. ¡Santo Cielo! ¿A que no sabéis qué es lo que estaba pasando? Pues que los dos frescos, a mis espaldas, se habían hecho íntimos amigos, aunque lo mantuvieron oculto a mis ojos y, por fin, habían decidido pasar un rato juntos en la intimidad, aunque sin ocultarse a la vista de quien por allí pasase. Así me los encontré, leyendo cada uno de lo que más le interesaba, en la misma revista, del año del catapum, a la vez que mantenían una chisporroteante y picarona conversación en la cama.
Había intentado por todos los medios que entablara amistad con el Coronel (Mosca 131 son su nombre y apellido) que residía en esta casa mucho antes de que los otros vinieran, pero no hubo manera. Decía de él mismo que, como pertenecía a la Armada, no podía ni debía rebajarse a tener relación con uno del Aire, por mucho Coronel que fuera. Total, que lo dejé por imposible y no traté con él más de este asunto. Pero, hete aquí, que esta noche he oído algo extraño en el piso de arriba, donde están los dormitorios. No sin algo de temor, decidí subir para ver qué sucedía. ¡Santo Cielo! ¿A que no sabéis qué es lo que estaba pasando? Pues que los dos frescos, a mis espaldas, se habían hecho íntimos amigos, aunque lo mantuvieron oculto a mis ojos y, por fin, habían decidido pasar un rato juntos en la intimidad, aunque sin ocultarse a la vista de quien por allí pasase. Así me los encontré, leyendo cada uno de lo que más le interesaba, en la misma revista, del año del catapum, a la vez que mantenían una chisporroteante y picarona conversación en la cama.

Última edición: